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FERNANDA DURÁN: Caminata nocturna



Caminata nocturna


Existen estrellas que provocan incendios

Flotan en el fuego

Y encienden la luz del cielo nocturno


Trato de no alimentarlas

Con la negrura de mi insomnio:

De este temblar de las manos

De evitar que todo se haga más grande

De no querer que mi llanto ensombrezca el verde del bosque


Hay ríos que atraviesan mi rostro:

Es el mar que llevo dentro

Que sale de mí por estos ojos

acuosos

Cargados de melancolía:

De que los días no sean circulares

De que mi sombra salga de mí y camine en dirección contraria

O de no percibir las gotas de rocío que trazan la curvatura de una hoja

Desvío el río con mi mano

Apenas roza mi mejilla

cambio su curso

A la respiración de mi voz:

En la voz caben todos los cantos de un bosque.

Me alimento del moho de los árboles

De eso verde que se quema debajo de una fogata

Palpo la ceniza con la que persignaré

Mi retorno a la tierra

Sé que un día

esta fogata

Será la calma de la ceniza

Donde se anunciarán nuevas cosechas




El tiempo


I.

El papel palpita,

Su pulso da rastros de vida:

Es constante, aunque a ratos el corazón se le acelera

Como el día que me dijeron que Leonora venía en camino

Que mi vientre llevaba dentro otro corazón además del mío

Arritmias que cortan el compás del tiempo

Exhala el aliento caliente de palabras

Como quietud, claridad, contemplación, hija

Significados, pronombres, el sujeto y luego yo

¿Qué le da vida a las palabras?

¿Que se nombre o que exista?

La calma de la noche se asoma a mi ventana,

Como naguales y lechuzas

Me miran fijamente, esperan mi pulso y letra

Como si de mí dependiera el crecimiento de los hongos en las hojas no escritas:

Fauna sonora del papel y el lápiz

Del sonido que rompe la hoja

Que la impregna de tinta

El papel sigue el ritmo del vientre de mi hija

Que duerme junto a mí

Su palpitar respira lento, pausado, hondo

Orquesta la quietud de mi cuarto

Sé que el papel me espera:

Quiere que trace una línea y luego otra

Ponerle un nombre

Para arrullarle



II.


Caminar y aprender a escribir: lento, rápido, rasgar con los pies la hoja de la vida. Un pie que sigue al otro, una palabra que sigue a la otra. Cómo aprender a decir mamá con la boca y luego con las manos. Te enseño las vocales: a, e, i, o, u. La “A”, un círculo con una pata, algo parecido a un monocular; la e, un caracol o una flor que se ha deshojado por el viento, dónde un pétalo apenas y permanece; la i, un palo con sombrero, la duda de una línea; la o, una boca abierta por donde pasan todas las palabras, o el contorno de un ojo, un ojo tuyo; y la u, la rebanada de una sandía o tus manos de cuenco listas para recibir.

Me enseñas a escribir, a imaginar las formas que tienen las palabras, a imaginar otra forma de caminar: soltar las piernas como la pluma, rasgar el piso como la hoja; dejar una huella, mi huella y la tuya, el color que transforma lo blanco de una hoja, tu herencia, este cúmulo de palabras, pisadas y voz que te guardo para el porvenir.


III.


La luz tarda en aparecer en plena madrugada. Al menos cinco horas deben transcurrir después del anochecer para volver a iluminarse el cielo. Lo sé porque en el sonido de la noche, eran los pasos de mi hija hacia su vida. Mi hija abría sus brazos al mundo como quien despierta para cazar los primeros rayos de sol. El dolor me avisaba su grito nocturno, el temblor de mis piernas con cada vuelta alrededor de la mesa con bordes puntiagudos. Mi dolor era la fuerza de mi hija para nacer. Este carrusel acompasaba la certeza de que la vuelta final la haría acompañada. Mi dolor: el último abrazo de esta soledad de ser sólo una.




Extinción

Un jueves al mediodía

Una luna caía en medio de un bosque de Tennesse

Giraba tanto, que su estela de luz

Se parecía a las estrellas que danzan en el mar

En una noche apenas iluminada

Al abrazarse a la tierra,

Partida en dos,

Como una sandía que se comparte en pleno verano

Se configuró como una barca


Figuras emergieron de un planeta

Donde las caras tienen cuernos

Y los camaleones dictan la dirección del navegar

¿Quién sube a esta barca en medio de un bosque?,

Venados como líneas de fuego la rodean

Se enlistan para ir a la luna.

La aves carroñeras acechan

Su parte perdida.

Un árbol es testigo

De que la luna en los jueves de verano visita la Tierra.



Rituales

Entre el marchitar y florecer,

Una voz que soy

Se escucha por mi ojo derecho

Los tendones de las flores

forman mi columna:

Brotes que anuncian los cambios,

Una flor y luego otra

Hasta formar este cuerpo

Sobre mí: una manta lechosa.

Este conjuro para no ajarme,

Para no entregar todas mis flores

Extiendo mi mano

Para mostrar aquello que se riega poco a poco:

El amor propio,

Una suculenta que requiere cuidado

Observación constante

Tierra nueva

Debajo, un tablero

Custodiado por cuatro cacomixtles

Una flor de los vientos

En sus ojos, obsidianas

Que me protegen de los otros,

De las heridas que observan

Como lechuzas en la noche

Este reflejo es mi herencia:

Una luna y un agujero negro




Fernanda Durán es mamá e internacionalista mexicana.

Nació en 1996 en Puebla donde radica y escribe sobre temas culturales y diplomacia. Ha participado en diversos talleres sobre escritura.

En sus poemas, le interesa captar lo mágico de lo pequeño y cotidiano así como compartir su experiencia en la maternidad y crianza.










































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