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PAULA CASTILLO MONREAL: La huída



Imagen: RyanMcGuire


Los hijos no quisieron saber nada de él después de morir la madre, así que en cuanto hubo que empezar a alimentarlo, asearlo y cambiarle el pañal, decidieron engañarlo para que firmase su entrada voluntaria a la residencia. El hombre a esas alturas carecía de voluntad.

Cuando su hija, la única que se opuso a su encierro, se enteró de su ingreso en el hospital, viajó a Madrid en el tren nocturno desde Lisboa, ciudad en la que llevaba viviendo cuatro años. Llegó a urgencias antes de que le hiciesen las pruebas: se había roto la cadera al saltar de la cama para escaparse del asilo.


—Debe de ser grave. Has venido —le dijo al verla.

—Me llamó Jorge.

—¿Acabas de llegar?

—Si, vine en el tren nocturno.

El padre esbozó una sonrisa y la hija aprovechó para cogerle la mano.

—¿Te duele?

—No mucho.

—Dicen que te has roto la cadera, pero tienes también varias contusiones en la cabeza. —Y bajando la vista—: También tienes golpes en los brazos.

—Estás aquí… Desde lo de tu madre no hemos coincidido.

—No. Hace tiempo que no coincidimos; ni entierros ni bodas —añadió con sorna.

La hija, después de varios minutos de silencio, le acarició la cabeza. Pasó la punta de los dedos por los hematomas y los cortes. Debió de ser un buen golpe, pensó. En aquel mismo momento el padre comenzó a temblar. Varios años atrás le habían diagnosticado Párkinson, y desde que lo sacaron de casa había empeorado mucho. Aunque estaba un poco aturdida, pudo ver cómo su padre intentaba ocultar la erección tapándose con la mano derecha. Se asustó. No podía ser que todavía se excitase al verla. Pensaba que con los años y su ausencia aquello se habría calmado. Dejó de acariciarle. Ella apenas guardaba recuerdos de la infancia. No quería volver a sentir pánico a la noche y a las puertas cerradas. Se alejó de él. No quería escuchar su respiración ni percibir su aliento cerca de la boca. Rechazaba el recuerdo del peso de su cuerpo dormido encima de ella.


—¿Sabes si los chicos vendrán?

—Mañana se acercará Jorge antes de abrir la tienda. ¿Cómo se te ocurrió saltar de la cama?

—Vi a tu madre en la puerta.

—No pudiste verla, está muerta. Hace ya dos años. La mataron ellos, igual que quieren hacer contigo.

El padre se quedó callado. Todavía le temblaba la mano con la que intentaba disimular su reacción a la caricia de la hija.

—Siempre te fiaste de ellos más que de mí.

En los ojos del viejo aparecieron unas lágrimas que sorprendieron a Ángela. Jamás le había visto llorar. Y como siempre se enterneció. Igual que entonces, cuando llamaba a la puerta y sin esperar respuesta se tumbaba junto a ella afectado por el mal carácter de su madre. Se deshacía en lamentos por el obligado destierro, la habitación vacía, el castigo inmerecido. Aporreaba la habitación que su mujer nunca le abría. Pero allí estaba ella, la buena hijita, la única que podía consolarle. Se volvió a enternecer a pesar de jurarse que no volvería a hacerlo. Solo era un pobre hombre, un cobarde.

—¿Tienes miedo? —le preguntó cuando el camillero vino a buscarlo.

—Mucho.

—Lo aguantarás. Te estaré esperando.

Y el viejo levantó su mano derecha, temblando, y se despidió de la hija al abrirse la puerta del ascensor.


—Dicen que ha salido bien, pero que hay que esperar.

La máscara de oxígeno impedía hablar al viejo, que levantó la mano que tenía libre de agujas y gomas. Miraba al techo. Ella, en aquel momento, después de posar con suavidad su mano izquierda sobre la de él, volvió a acariciarle la cabeza.




Paula Castillo Monreal Compartí durante años la profesión de arquitecta técnica y profesora de equitación. En en estos momentos trabajo como asesora de arte y decoración. Aunque estudié una carrera de ciencias, he estado siempre ligada al mundo de las letras y el arte. Siempre he sentido la necesidad primaria de escribir, de contar lo que veo y lo que es una suerte inmensa: escuchar lo que quieren contarme. Fui lectora precoz, y los libros, mis grandes maestros literarios. He realizado los cursos de Escritura Creativa y Relato en la Escuela de escritores de Madrid, y he participado en varias de sus antologías. Colaboro con varias revistas digitales: Letralia y Masticadores de letras, y en papel con Quimera. Actualmente acabo de terminar el libro de relatos: Sacudiendo moscas, y estoy trabajando en un segundo libro.


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