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JULIA IVALÚ: La creadora de vida



La Creadora de vida, una Diosa: dejar de ser musas para volvernos creadoras

No sé si les ha pasado, que de pronto sienten cómo una gran nostalgia y añoranza las invade sin razón aparente. Añorando algo que ni saben qué es. Y como si ciertas imágenes, ciertos aromas, ciertos timbres les detonaran un recuerdo que no han vivido, que no es propiamente suyo.

Al menos en lo personal, aprendí a hacer y disfrutar este tipo de experiencias en secreto. Un recuerdo ajeno que podía tomar la forma que me diera la gana gracias a su naturaleza oculta. Logré expandir este deleite mediante la escritura y el arte en general. Pero de ser deleite pasó a ser necesidad. Me entró la cosquilla detectivesca de comprender con mayor certeza qué era ese algo más, ese recuerdo prestado (o robado (o rescatado)).

Así fue como di con la mitología, esos recuerdos que, si bien no son nuestros, nos habitan; que aunque no nos han sucedido, eventualmente los vivimos. ¿Quién no ha querido volar demasiado cerca del sol y se ha quemado? ¿Quién no ha librado batallas titánicas con sus padres en pos de su independencia (mental, simbólica o bien real)? ¿Quién no ha buscado en su caja de Pandora, tras una serie de eventos desafortunados, un poco de esperanza? ¿Quién no ha volteado al cielo esperando escuchar la respuesta de los dioses?

Y tras andar por un largo pasillo de la fama de dioses heteropatriarcales, como miembros honorables, Jesucrito, Mahoma, Yavhé, desde Hércules hasta Marduk, noté algo raro, ¿qué pasaba con las mujeres? ¿Por qué en nuestra condición de Penélopes no nos decidimos a salir de Ítaca? Las diosas habían quedado subordinadas a valores masculinos como la fuerza, la cacería, la guerra, la muerte. O bien, la diosa del amor eternamente celosa (a causa de su pareja hombre), la diosa de la agricultura en congoja (tras su hija ser raptada por un hombre, encima su hermano). Curioso, siendo que es del vientre materno de donde surge la vida, en más de una mitología alguna diosa es víctima de un rapto para ser llevada al inframundo y gobernar el mundo de los muertos -pensemos el caso de Perséfone, de Neftis, de Mictecacíhuatl, Sedna, Izanami, todas de mitologías distintas-. Ninguna llega por su propia voluntad, de hecho, sufren un evento traumático ya sea causa o bien consecuencia de este rapto (ocasionados por un varón, por si quedaba la duda).

Es como si hubieran querido despojar a la Mujer Diosa de su mayor atributo: la habilidad de dar/crear vida. ¿Por qué en la cultura judeo-cristiana es un sólo dios, hombre, y este da la vida? No es fe, es mercadotecnia antigua. Así como fue el caso de la Virgen María, a quien se le validó y otorgó un valor oficial dentro de la iglesia católica cuando se empezaron a dar cuenta de que la gente volvía al paganismo en busca de esta figura materna, empática, protectora, compasiva, dadora de vida. Aún dándole a Jesús y la iglesia en sí misma estos atributos femeninos, no habían logrado apaciguar esta búsqueda entre los adeptos, y es por ello que decidieron incluir de manera oficial al personaje de la Virgen María en su culto (porque, obviamente, esta ya tenía su culto desde hacía mucho, aún sin ser aprobado por la iglesia).

“En la época en que nació Jesús, el principal templo de la Diosa se hallaba en Éfeso, actual Turquía, con el nombre y la forma de Artemisa. Y fue ahí, en el 431, donde se declaró que María era lo que la diosa había sido antes de la primera marca del tiempo: Theotokos (la madre de dios). Theotokos es el título que la Iglesia cristiana temprana le dio a María en referencia a su maternidad divina, título que se definió dogmáticamente en el Concilio de Éfeso de 431”. (Campbell, 2013)

Y aún así, no existen ni sacerdotisas ni papisas en la religión cristiana hoy en día. Como si nos hubieran dicho, “Sí, sí. Está bien. Aquí tengan a su mami, dejen de molestar y sigan dándonos su dinero”. Porque pues sí, así funciona la mercadotecnia (la antigua y la actual). Y no me malinterpreten, la figura de la Virgen María es poderosísima. Mi intención no es hacerla menos ni a ella ni a ninguna religión. Más bien cuestionar. Antes de María hubo otro personaje femenino sumamente importante en el antiguo testamento: Eva. La desterrada. ¿Pero por qué? No fue por comer una manzana cualquiera: era el fruto del conocimiento prohibido. ¿Cuál era ese conocimiento que no debíamos poseer y por qué fue la mujer quien dio la primer mordida? Decir que fue por mera desobediencia me parece una respuesta bastante simplona y carente de criterio y reflexión.

Seguro ese conocimiento es vastísimo, pero para fines prácticos de este texto me enfocaré en la parte que hemos estado delimitando. El conocimiento al que quiero hacer referencia es a un secreto que venían cargando ya Zeus y Yahvé desde hacía mucho. Ambos son dioses que surgieron a partir de civilizaciones nómadas, cuya principal actividad era la cacería y la conquista. Zeus, por parte de los indoeuropeos (al igual que Júpiter, Odín e Indra), Yahvé por parte de los semitas (al igual que Asshur y Marduk). Estos grupos comenzaron a conquistar diversos pueblos sedentarios, pueblos cuya principal actividad era la agricultura, pueblos cuya deidad máxima era, dada su forma de vivir, la Gran Diosa Madre, diosa de la vida, de la agricultura, de la protección (¡misma que era adorada desde el neolíticoooo!). Esta no estaba subordinada a nadie, no era hija de, esposa de, hermana de. Era. Punto. Sin embargo, cuando fueron conquistados sus pueblos, sucedieron dos grandes fenómenos. Los indoeuropeos casaron a sus dioses con sus diosas, y estos poco a poco fueron apropiándose de sus atributos. De ahí que Zeus tenga tantas aventuras amorosas. Cada que Zeus se casa, se acuesta, se come a una diosa en el plano mitológico, en el plano real un pueblo estaba siendo conquistado, y una diosa estaba siendo desplazada. Cibeles es un claro ejemplo. Por otra parte, los semitas, de cuya religión partimos, («No hay Dios en toda la tierra, sino en Israel» (2 Reyes 5:15)), masacraron a la diosa, la desmembraron y la hundieron para así ocultarla.

Tal es el caso de Tiamat, la diosa del mar primigenio de la mitología babilónica, también asociada a un monstruo primordial del caos mencionada en el poema épico Enûma Elish. “Ti” significa vida y “ama”, madre. Marduk, joven héroe-dios (4 ojos, muchas orejas y al hablar exhalaba fuego), salió al encuentro de Tiamat. Marduk la atrapó en su red y le soltó un viento maligno que llenó el vientre de ella. Marduk disparó una flecha que le cortó las entrañas y atravesó su corazón. Aplastó su cráneo, con su cimitarra la partió en dos mitades. De una mitad hizo el cielo y colocó la otra sobre las profundidades abisales. Luego vino la epopeya de Gilgamesh. Y en la siguiente gran crónica de reyes guerreros nacidos en el desierto la gran diosa fue maldecida: Eva (Campbell, 2013).

“Ni los judíos ni su divinidad tribal advirieron que las aguas de las Profundidas (tehom) sobre las que Elohim iba y venía en los dos primeros versos de Génesis, no eran simplemente agua, sino la antigua diosa babilóinca del océano primigenio en persona, Tiamat. “ (Campbell, 2013)

Incluso existe la teoría de que el mismísimo Yahvé tuvo una esposa, la cual fue expulsada de la Biblia: Asherah. Una entidad dadora, poderosa diosa de la fertilidad. La referencia a “La Reina del Cielo” en el libro de Jeremías puede que haga referencia a esta diosa (Stavrakopoulou, 2020).

Pero imagínense qué pasaría si el atributo máximo de Dios, el ser creador, de pronto se desvaneciera. Un sentimiento a nivel universal de haber sido engañados inundaría al mundo. De ser un Dios creador a ser el Dios embaucador que nos hizo creer que él le había dado vida a todo. ¡A todos nosotros a su imagen y semejanza! Imagínense nomás. Mejor adoctrinarnos a todos desde chiquitos, principalmente a las niñas, hacernos pensar que fuimos hechas para servir a los hombres pues nacimos de su costilla, y que de nosotras es la culpa primigenia, la mancha maldita del pecado, mancha de la que hemos de sentirnos avergonzadas. Misma mancha la de nuestra menstruación mes con mes que hemos de ocultar, de tratar con discreción y secretismo para no incomodar a los hombres, a la sociedad. ¡Já, hipócritas todos! De esa mancha ha de nacer la vida, facultad que tanto le veneran a su Dios, mientras que de su engaño nace la violencia, en donde el maltrato y la injusticia encuentra justificación y respaldo.

La añoranza que les mencionaba al inicio no era otra cosa que mi deseo por reencontrarme con esta Diosa Madre. No era un recuerdo robado que me había agenciado, era un recuerdo rescatado de nuestro viaje mitológico y simbólico que nos fue ocultado. Difícil dar con ella, sin duda, pues tienes que ir contra corriente, dándole valor a todas esas capacidades femeninas que nos han hecho ver como inferiores, malas, desdeñables. Reencontrarnos con la Diosa Madre es reconocernos a nosotras mismas, re-valorarnos, re-significarnos como personas valiosas, dadoras de vida (y no de forma biológica exclusivamente, sino simbólica y psicológicamente también). Reencontrarnos con la Diosa Madre es dejar de ser musas para volvernos artistas, autoras: Creadoras.



Julia Ivalú es Licenciada en Animación y Arte Digital por parte del Tecnológico de Monterrey. Cuenta con diplomados en Escritura Literaria, Danza Terapéutica Humanística y en Antropología del Arte. Actualmente es columnista en La Coyol Revista Literaria. Imparte talleres sobre narrativa y mitología y es asesora creativa para proyectos de cine. Es la autora de los Zorro-cómics, con publicaciones en la antología Vita Contemplativa: Los invisibles, con el relato corto “So(m)bras” (2018); en la antología Teatro Mínimo, con la obra “Se acerca un zopilote” (2019) y en la antología Cuerpo o Inferno, con el poema “Gatonejos” (2020).



Crédito de imagen: Myrna Flores

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